Analizando diversas situaciones de la vida diaria , y las relaciones interpersonales,surge en mi esta inquietud, ¿por que las personas, (me incluyo) dedicamos tanto tiempo en agradarle a los demas?, y es que si bien es importante que haya agrado entre nuestros pares, no significa que debemos ser lo que ellos quieren que seamos, y mucho menos , mostrar algo que en realidad no somos, solo por esto de " agradar", y a ¿que precio nos mostramos de una forma que realmente no es " la verdadera"?, si al conocer a alguien simplemente se hacen cosas que interfieren con nosotros mismos, ya sea por creencias, valores, educacion, religion, entre otras, no estamos siendo sinceros, y al cabo de un tiempo y de ya establecida esa relacion, ya sea de amistad o de pareja empiezan los problemas, las "diferencias" y mucho de esto se debe a que en un principio no fuimos claros, y no nos mostramos, simplemente mostramos " la mascara".
…”Jung postula que el complejo de la Mascara o “Persona”, es el resultado de la interacción entre el individuo y el ambiente en el cual se desempeña. Básicamente, el conflicto de la Máscara está entre el ser o el parecer y por otra parte entre la aceptación o el rechazo”.Es por ello que hoy los dejo con esta reflexion:
¿Por qué tenemos tanto miedo a mostrarnos?
Abrir nuestro interior a la luz del día, por supuesto, es difícil. Si me vas a conocer, tengo que estar dispuesta a compartir contigo los miedos, enojos y envidias que parecen disminuirme como persona. Y eso me aterra.
Sin embargo, si nos aislamos, guardando nuestros secretos y nuestras emociones, sucede una extraña fermentación interna que con el tiempo se convierte en veneno y eventualmente nos mata.
El poeta John Berryman, que saltó a su muerte desde un puente, dejó escrito: “Nos enfermamos tanto como nos reservamos”. ¡Qué razón tenía!
Según el psicólogo John Powell, tememos bajar la máscara por varias razones: miedo a la intimidad, miedo a la separación, miedo a la fusión, miedo al rechazo y miedo a la responsabilidad.
Nos da miedo la intimidad; no sabemos a qué caminos nos pueda llevar. Temo mostrarte mi lado flaco, mi lado oscuro. Por lo tanto, evito comunicarme íntimamente contigo.
A algunos nos da miedo la separación. No quiero acercarme mucho a ti porque, quizá, después me dejes y eso me puede lastimar.
Otros tememos la fusión. ¿Si comparto todo contigo, qué me va a quedar para mí? ¿Todavía podré mantener mi propio pedazo de territorio, ése donde puedo estar solo?
También le tenemos miedo al rechazo. Si de verdad me conoces, sin edición, no te voy a gustar. Quizá pierdas poco a poco el interés una vez que sepas todo sobre mí. Así que sólo te muestro mi salón de trofeos y cierro el que guarda mis debilidades.
Por último, existe el miedo a la responsabilidad. Si me acerco mucho a ti, me involucro a fondo, y eso me obliga a estar cuando tú me necesites. No sé qué tan dispuesto estoy al compromiso.
Con estos miedos, disfrazamos nuestro verdadero yo. Disfrazamos uno de nuestros más fuertes y grandes atractivos: el encanto natural que viene de ser uno mismo.
Así que el secreto para evitar la soledad emocional y lograr la aceptación de los demás, paradójicamente, está en quitarnos las máscaras, porque de esta manera asumo los riesgos y me muestro tal como soy, con todo y mis defectos, entonces tú percibirás que confío en ti. Con esto te invito a hacer lo mismo.
Abrir nuestro interior a la luz del día, por supuesto, es difícil. Si me vas a conocer, tengo que estar dispuesta a compartir contigo los miedos, enojos y envidias que parecen disminuirme como persona. Y eso me aterra.
Sin embargo, si nos aislamos, guardando nuestros secretos y nuestras emociones, sucede una extraña fermentación interna que con el tiempo se convierte en veneno y eventualmente nos mata.
El poeta John Berryman, que saltó a su muerte desde un puente, dejó escrito: “Nos enfermamos tanto como nos reservamos”. ¡Qué razón tenía!
Según el psicólogo John Powell, tememos bajar la máscara por varias razones: miedo a la intimidad, miedo a la separación, miedo a la fusión, miedo al rechazo y miedo a la responsabilidad.
Nos da miedo la intimidad; no sabemos a qué caminos nos pueda llevar. Temo mostrarte mi lado flaco, mi lado oscuro. Por lo tanto, evito comunicarme íntimamente contigo.
A algunos nos da miedo la separación. No quiero acercarme mucho a ti porque, quizá, después me dejes y eso me puede lastimar.
Otros tememos la fusión. ¿Si comparto todo contigo, qué me va a quedar para mí? ¿Todavía podré mantener mi propio pedazo de territorio, ése donde puedo estar solo?
También le tenemos miedo al rechazo. Si de verdad me conoces, sin edición, no te voy a gustar. Quizá pierdas poco a poco el interés una vez que sepas todo sobre mí. Así que sólo te muestro mi salón de trofeos y cierro el que guarda mis debilidades.
Por último, existe el miedo a la responsabilidad. Si me acerco mucho a ti, me involucro a fondo, y eso me obliga a estar cuando tú me necesites. No sé qué tan dispuesto estoy al compromiso.
Con estos miedos, disfrazamos nuestro verdadero yo. Disfrazamos uno de nuestros más fuertes y grandes atractivos: el encanto natural que viene de ser uno mismo.
Así que el secreto para evitar la soledad emocional y lograr la aceptación de los demás, paradójicamente, está en quitarnos las máscaras, porque de esta manera asumo los riesgos y me muestro tal como soy, con todo y mis defectos, entonces tú percibirás que confío en ti. Con esto te invito a hacer lo mismo.
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